CARTUJA

 

CARTUJA – 06/10/2025

La Cartuja es una Orden religiosa fundada en la Edad Media por San Bruno y los cartujos son los monjes que vivían en esos monasterios aislados, en silencio y austeramente.

La primera Cruzada fue predicada por el Papa Urbano II, cuya formación espiritual fue impartida por San Bruno, amante de la soledad. Por tanto, en la base de ese movimiento de gran actividad, encontramos el espíritu contemplativo. Las Cruzadas son una de las mayores glorias de la historia de la Iglesia. Despiertan el entusiasmo de los verdaderos católicos y la indignación de los miembros de la antiglesia vaticana. Por ejemplo, el antipapa Roncalli, alias “Juan 23”, las odiaba tanto que no podía soportar escuchar su nombre.

Llenan gran parte de su jornada con oraciones y estudios, pero tienen otras obligaciones cotidianas como hacer trabajos manuales, cuidar el huerto, cortar leña, cocinar, limpiar, etcétera. Sin embargo, en medio de esa austeridad elaboraron un licor delicioso llamado Chartreuse.

Sus estudios deben estar enfocados a lo sobrenatural, pensando en asuntos relacionados con la doctrina católica, el espíritu de la Iglesia, la teología, la filosofía, los documentos del magisterio eclesiástico, toda su mentalidad y su espíritu vueltos para la vida interior, hacia la contemplación, hacía las relaciones del alma con Dios. Sólo se reúnen para cantar el oficio en la iglesia una vez por el día y otra de noche, los domingos para la misa conventual y para la comida en el refectorio mientras escuchan las lecturas señaladas por el superior. Solo puede hablar una vez a la semana durante un paseo por el campo.

En contacto con el superior, el inferior puede y debe tributarle todo el respeto, sin el menor temor de rebajarse o degradarse. El superior, por su parte, no debe ser vanidoso, ni prepotente. Su superioridad no proviene de la fuerza, sino de un orden de cosas muy santo, y deseado por el Creador.

En la Iglesia Católica, las costumbres expresan con admirable fidelidad esta doctrina. En ningún ambiente los ritos y las fórmulas de pulidez consagran más acentuadamente el principio de jerarquía. Y en ninguno, también, se ve tan claramente cuánta nobleza puede haber en la obediencia, cuánta elevación de alma y cuánta bondad puede haber en el ejercicio de la autoridad y de la preeminencia.

En una Cartuja española, un monje besa, arrodillado, el escapulario de su superior. Es la expresión de la más entera sujeción.

    Sin embargo, considérese atentamente la escena, y se verá cuánta varonilidad, cuánta fuerza de personalidad, cuánta sinceridad de convicción, cuánta elevación de motivos el humilde monje arrodillado pone en su gesto. Contiene esto algo de santo y caballeresco, de grandioso y sencillo.

Este religioso arrodillado, humilde y desconocido es mayor que el hombre moderno, molécula engreída, impersonal, anónima y sin expresión, de la gran masa amorfa en que se transformó la sociedad contemporánea.

En el Prior hay un contraste entre su porte erguido, robusto, estable, que expresa autoridad, seguridad y paterna protección, y su expresión fisonómica que parece neutra, impasible, serena, un poco distante. El porte expresa la actitud oficial del Prior. La fisonomía traduce el desapego, la sencillez del hombre. Porque no es al hombre como tal, sino al cargo, que el homenaje se dirige.

Se comprende la belleza del cuadro de la Gran Cartuja, con hombres silenciosos, puestos en la oración y en el sacrificio, pensando en las cosas de Dios y ofreciendo eso por almas que ellos desconocen. Imaginemos el rigor del inverno, el rugir de los vientos y de las tempestades en aquellas montañas.

La Cartuja puede ser comparada a un inmenso turíbulo del cual subían continuamente al Cielo los sacrificios de la oración y la penitencia. Hay algo de tranquilo, sereno, crucificado y varonil en este estilo de vida, que realmente infunde enorme veneración y respeto.