FELIPE II –
16/09/2025
El rey Felipe II refleja las cualidades del pueblo español. El pintor Claudio Coello muestra esta idea en el retrato que le hizo. El rey español se encuentra en un aislamiento sacral y místico, con una mirada que comunica movimiento, vida, amor y temor reverencial a sus súbditos. Estos, encantados y a distancia, admiran a un rey, tan rey y tan caballero. Un rey que se conduce rectamente, cercado de un protocolo, de una etiqueta, de una racionalidad. Un rey que, después haber puesto orden en Castilla la Vieja, en Castilla la Nueva, en Andalucía, Galicia y otros lugares, piensa en grandes conquistas, en ciudades nuevas, en mandar un ejército para combatir a los protestantes. En resumen, dentro de un orden acompasado y solemne, piensa en grandes proezas como construir El Escorial, que es símbolo del genio y de la grandeza del alma española.
La
fachada de ese palacio es larga, enorme, con motivos que se repiten. Pero hay
una nota de simplicidad, de sobriedad y de serenidad. Es un edificio pensativo
que convida a la concentración y a pensamientos de la grandeza del Cielo. Los
torreones tienen unos techos esbeltos que apuntan arriba, con unas esferas
encima. Hay algo un poco monótono en las fachadas. En una de ellas sólo hay
ventanas que se repiten como se ve en la foto, no hay una ornamentación, no hay
una consolación para el alma dentro de la monotonía invariable de las ventanas.
Pero cuando se sabe analizar, se nota algo de la grandeza española. Es cierta forma de austeridad, de
seguridad en sí mismo, sin adorno. Hay cierta pertinacia en la monotonía, como
quien dice: “Soy yo. Soy así y así está bien. ¡Yo desafío!” Y hay una forma de
grandeza del caballero luchador que es necesario saber interpretar para
entender el sabor de ese palacio.
Si alguien se dedica enteramente, recibirá como premio la grandeza. El mundo piensa lo contrario: “aquellos que se dedican son pequeños y los grandes son aquellos que reciben la dedicación. Por ejemplo, si un discípulo se dedica a su maestro éste es menor que el maestro. Entonces, ser dedicado es ser insignificante y es extraordinario ser objeto de una dedicación. El hombre verdaderamente grande no se dedica, sino que despierta dedicación. Esta es la imagen del dictador, del Fuhrer nazi: un hombre que lidera a millares de personas que se le dedican. Él no se dedica a nadie y los manda a una masacre por la gloria de su nombre”.
La doctrina
católica enseña lo contrario: la razón de ser de los grandes es que sean
dedicados. Sin dedicación no existe verdadera grandeza. Esto quiere decir que
todo aquel que está colocado en una situación alta, cualquiera que sea, está
allí para dedicarse. Él es el padre, el pastor de todos, y debe, por lo tanto,
dar la vida por todos. Debe realizar todos sus actos para el bien de aquellos a
los que manda. No fue puesto allí para sacar ventajas del cargo: fue puesto
para servir. Fue lo que dijo Nuestro Señor cuando lavó los pies a los
Apóstoles: Aquellos de vosotros que quieran ser mayores sean como los que
sirven, porque Yo no vine a mandar, sino a servir. Es decir, Él no vino a gozar
de su situación, vino a servir. La otra cara de la moneda es que aquel que es
pequeño y sirve con satisfacción, adquiere la grandeza. Esto no se acepta de
ningún modo en el mundo de hoy, pero es verdad. Sólo se dedica quien admira. La
admiración es la puerta de toda grandeza.