TRASCENDENCIA – 03/07/2025
Reflexionando sobre las criaturas podemos llegar hasta el
Creador. A partir de las cosas creadas se puede comprender mejor a Dios, aunque
jamás se podrá agotar su conocimiento.
Observemos, por ejemplo, un animal muy expresivo: el
gato. Bellaco, matizado, una especie de ópalo, cambiando continuamente,
gradualmente. Dios los creó para el hombre. Él distrae al hombre, a veces le
encantan, otras le frustran. Por más encantador que sea, de repente araña al
dueño. Las reacciones que despiertan son muy diversas, ya que
van del extremo de la antipatía hasta el extremo del cariño, pasando por toda
la gama intermediaria. Es que, en el gato, animal extraordinariamente rico en
aspectos, hay de todo. Tigre en miniatura, él es una minúscula fiera, que a
veces se manifiesta arañando, mordiendo, saltando inopinadamente, asustando,
poniendo todo en revuelo y quebrando lo que encuentra. Pero cuando el elemento
fiero se aquieta, el gato se muestra de modo opuesto: encantadoramente vivaz,
delicado y distinguido en todos sus gestos, expresivo en sus actitudes,
cariñoso, mimoso, en suma, un verdadero bibelot vivo. Un bibelot, sin embargo,
que no tiene cierto aire de bagatela, inseparable en general hasta de los
bibelots más finos, porque en su mirada, que tiene algo de magnético e
insondable, de reservado y enigmático, el gato conserva la terrible y atrayente
superioridad del misterio. Ciertos gatos son la imagen perfecta del
refinamiento: sedosos, peludos, se mueven con elegancia. Otros son la propia
imagen del cariño: juguetes vivos y encantadores. Por ejemplo, gatos pequeños
bebiendo leche en un mismo platillo pueden resultar encantadores. No obstante,
el hombre tiene cierto recelo del gato, porque actúa de un modo súbito y
variable.
¿Por qué Dios lo creó así? Eso suscita un cierto pesar
porque no existe el gato ideal: interesante como el gato malicioso, pero
encantador como el gato bondadoso, vivo como el gato de tejado, pero sedoso
como el que es criado sobre la almohada de una marquesa, dispuesto para
distraer, no agrediendo nunca, pero capaz de espantar a los ratones. El hombre
desearía este tipo de gato ideal que fuese un pequeño tigre para el ratón, pero
un juguetito para él. ¿El ser humano no sueña con un paraíso perdido en la
búsqueda de toda esa variedad? ¿No apetece sentimientos de bondad y prudencia?
¿No apetece la virtud de la fortaleza cuando ve al gato persiguiendo al ratón?
¿No desea la virtud de la vigilancia cuando ve al gato levantar las orejas y
mirar desconfiado? El gato da al hombre estas mil lecciones, porque simboliza
mil aspectos de la realidad, que tiene un lado malo, causado por el pecado
original, pero que tiene un lado bueno cuyo fundamento está en Dios. Lo sedoso
y blando del gato simbolizan de algún modo las delicias de la convivencia
divina. Lo interesante y lo nuevo que se perciben en el animal, simbolizan de
algún modo lo que hay de inagotable y siempre sorprendente para nosotros en
Dios: siempre el mismo y, aunque motor inmóvil, causando todas las cosas que
nos dejan continuamente sorprendidos y encantados. Y así, considerando las
simples criaturas, podemos llegar al supremo Creador de todas las cosas.