CENIZA –
05/03/2025
El hombre en la
Antigüedad, así como en la Edad Media, al igual que todos los que después
tuvieron verdadera fe, poseían una profunda noción de la gravedad del pecado.
Quien que no se
toma en serio a sí mismo, no es nada, no vale nada. Lo normal es tomarse en
serio a sí mismo, es el primer paso para ser algo.
Sería un
despropósito o una blasfemia preguntar si Dios se toma en serio a sí mismo.
Como Él se ama infinitamente a sí mismo, también se toma infinitamente en
serio.
El resultado es
que cuando dice a los hombres que una actitud es pecado, y practicándolo se
rompe con Él, uno se vuelve su enemigo y Él se vuelve nuestro enemigo. Él toma
el asunto con infinita seriedad. Si Dios no fuese así de serio se podría
preguntar si Dios existe.
Es con esa
seriedad que Él acompaña las acciones de los hombres. Es con esa seriedad
infinita, irradiación de su propia Sabiduría y Santidad, que contempla la
seriedad con que estas palabras son escritas y son leídas.
Todo es
inmensamente serio en la presencia de Dios y por tanto el pecado es
profundamente serio, execrable, gravísimo. Quien lo comete rompe con Dios y
está en la más miserable de las situaciones.
Así es que en
el ceremonial del Miércoles de Ceniza desde el fondo de la iglesia venía el
cortejo de los pecadores públicos cantando el salmo Miserere mei Deus,
secundum magnam misericordiam tuam, et secundum multitudinem miserationem
tuarum, dele iniquitatem meam, etcétera. Tened compasión de mí, oh Dios,
según Vuestra gran misericordia, y según la multitud de Vuestras bondades,
borrar mis faltas, etcétera.
Se comprende lo
adecuadas que son cada una de esas palabras, ya que preparan el espíritu de la
persona para una profunda compenetración de su pecado, pero también para una
confianza enorme de que Dios le perdonará. Los primeros salmos no hablan
directamente de la confianza, sino que se tiene la impresión de que el sol de
la confianza se va levantando a medida que los salmos se suceden y en el último
es una explosión de confianza: ¡Vos me salvareis, oh Dios! Es que la gracia
habló en el interior del alma y acabó dándole la certeza de que le salvará.
¡Qué alegría maravillosa! Es el comienzo de la Cuaresma. La persona quiere
hacer penitencia, quiere sufrir para expiar el pecado que cometió. Y por eso se
aproxima al sacerdote, inclinado, arrodillado delante del sacerdote que le pone
la ceniza sobre la frente haciendo una cruz mientras dice: Recuerda, hombre,
que polvo eres y en polvo te convertirás. Es decir, ¡cuidado, que la muerte
ronda a tu alrededor! Dios es infinitamente bueno, es verdad, pero también es
infinitamente justo. Abra los ojos, marche y haga penitencia.