BORROMEO


BORROMEO – 04/11/2024

Hoy es la fiesta de San Carlos Borromeo, retratado en el cuadro por Ambrogio Figino. En cierto sentido fue el obispo de la Contrarreforma. Cardenal a los 23 años, a su prudencia se debe, en gran parte, la feliz conclusión del Concilio de Trento. Presidió sínodos, estableció colegios y comunidades. Renovó el espíritu de su clero y de las Órdenes religiosas. Fue el creador de los seminarios diocesanos.

Siendo un gran santo canonizado por la Iglesia debió realizar algo muy bueno, pero no se comprende bien por qué no hizo los seminarios un poco mejores que los que funcionaban antes de la apostasía de 1958.

La primera cosa es que, en esa época, comenzando de abajo a arriba, los recursos higiénicos eran mucho menores que en nuestros días. Mientras la humanidad fue creciendo en falta de higiene espiritual, simultáneamente fue creciendo en mayor higiene corporal.

En el siglo XIX, bastante más corrupto que el XVIII, con los progresos hidráulicos se inicia una posibilidad de limpieza que en los siglos anteriores no había. Comenzó la era de la limpieza. Nunca las personas se lavaron tanto y tan bien.

En el siglo XX comenzó la apología de la porquería y de la suciedad de la gente jipi, no por falta de canalización del agua, sino por la suciedad de las ideas, por corrupción moral. Así la higiene de las personas comienza a decaer de nuevo y los tribalistas actuales son más sucios que los trogloditas.

Aunque los recursos de limpieza en aquel tiempo eran menores, los hombres tenían una tendencia para mejorar todo, para llevar todo a la plenitud, razón por la cual había una gran apetencia para tenerlos, hasta tal punto que en cuanto aparecieron todo el mundo los utilizó. Es decir, había una gran apetencia de eso que no se realizaba por limitación de las circunstancias materiales. No era posible que hubiese tal deseo si no hubiese una tendencia del hombre para todo lo que era mejor, más adecuado a la naturaleza humana y al cuidado del cuerpo.

Los seminarios de la época tridentina podrían ser menos aseados y menos limpios que los hoteles modernos, sin embargo, lo que está en el espíritu y en la letra del Concilio de Trento, es que fuesen tan limpios como las circunstancias lo permitiesen. Que fuesen organizados de tal modo que las personas que los frecuentasen resultasen hombres varoniles, batalladores, sacerdotes en el sentido pleno de la palabra.

Así es que el sentimentalismo acaramelado no existía en el clero antes de la Revolución Francesa. Eso apareció después con el romanticismo del siglo XIX, con la super estima de los sentimientos. El sacerdote anteriormente era varonil, culto e inteligente. Corruptio optima péssima, la corrupción de lo óptimo es pésima.

Los seminarios modelaban gente tal, que el peligro para la formación del sacerdote no era salir una nulidad, sino al contrario, tan preparado que era solicitado para carreras de carácter meramente humano. De ahí la entrada de gente que intentaba hacer carrera al margen del sacerdocio. Por ejemplo, Richelieu, primer ministro de Luis XIII, se había formado en un seminario. Un San Lorenzo Brindisi, franciscano que fue al frente de batalla para estimular a que los soldados liberasen a los católicos de los musulmanes. Esos fueron los seminarios formados por San Carlos Borromeo, de donde salían hombres eximios en la fe, porque tenían las virtudes cardinales: justicia, fortaleza, templanza y prudencia. Los seminarios eran sementeras de grandes hombres y muchas veces de grandes santos.