CONSEJO

 

CONSEJO – 27/04/2024

Un día de 1467 estaban muchas personas congregadas en la plaza del pueblo italiano de Genazano cuando se vio sobre el cielo azul una nube que bajaba lentamente. Ante el asombro de todos, la nube se detuvo en la pared de una capilla sin terminar donde apareció una bella pintura de Nuestra Señora con el Niño Jesús. Entonces dos albaneses llegaron buscando la milagrosa pintura, pues resulta que cuando la población albanesa de Escútari estaba a punto de caer en manos de los turcos, ambos pidieron consejo a la Virgen sobre qué hacer en aquellas circunstancias. Por la noche vieron, sorprendidos, como la imagen se desprendía de la pared y elevándose por los cielos se trasladaba lentamente hacia el oeste. Le siguieron, cruzaron el mar Adriático y llegaron a Genazano. Allí decidieron quedarse a vivir cerca de donde la Señora se había refugiado. El Santo Padre envió a dos obispos para examinar los extraordinarios acontecimientos y como resultado de las investigaciones quedó convencido de que la pintura era verdaderamente la de Nuestra Señora del Buen Consejo, venerada durante siglos en ese pueblo de Albania.

En el cuadro destaca la intimidad con su Hijo. Lo que más conmueve no es tanto la santidad de Ella, sino la compasión con que esa santidad virginal y regia mira a quien no es santo, atendiendo con pena, con deseo de ayudar, con una misericordia cuyo tamaño es el de las otras cualidades, o sea inagotable, pacientísima, clementísima. Dispuesta a sustentar en cualquier momento de un modo inimaginable, sin tener nunca un suspiro de cansancio, de extenuación, de impaciencia. Siempre dispuesta, no sólo a repetirse a sí misma, sino a superase a sí misma. De manera que hecha tal misericordia y no correspondida, viene una misericordia aún mayor. Nuestros abismos nos van llevando a las peores profundidades y cuanto más huimos de Ella, más sus gracias se iluminan y se prolongan hacia nosotros. Mirando esa imagen se puede tener un conocimiento como que personal de esa misericordia insondable, de esa bondad que envuelve totalmente, de modo que, incluso si uno quisiese renegar, Ella nos cogería de todos modos y diría: hijo mío vuelve de nuevo. Cuando se entiende la profundidad de esa misericordia uno puede quedarse tranquilo para toda la vida, porque sea como sea y lo que sea, una vez que estamos envueltos por esa misericordia podemos descansar, porque en el fondo, cualquiera que recurra a Ella, Ella acaba ayudando, arreglando la situación. Es la misericordia insaciable, multiplicada, solícita, bondadosa, que toma nuestra dimensión, que se hace hasta menor que nosotros para auxiliarnos, por pena de nosotros.

En nuestra época, tan afligida y conturbada, incontables son las almas que precisan de un buen consejo. Si ampliamos nuestros horizontes más allá de la esfera individual, y consideramos en una perspectiva histórica el eclipse por el que pasa la Iglesia, no podremos dejar de ponderar que la humanidad necesita más nunca un buen consejo de la Señora de todos los Pueblos.

Asistimos al desfile de todos los errores, farisaicamente disfrazados con piel de oveja, para solicitar la adhesión de católicos incautos o superficiales. Y, ante esas maniobras, ¡cuántas concesiones, cuántas falsas prudencias, cuánto criminal noviazgo con la herejía!

Al pensar con afecto y aprensión en las muchas almas sin mayores estudios religiosos se comprende lo necesario que es el buen consejo de la Señora, para vencer la confusión y permanecer fieles al Camino, la Verdad y la Vida, entre tanto extravío, tanta mentira y tanta muerte.