APOSTOLADO –
02/09/2025
El motivo por
la cual los revolucionarios se rebelan más contra la nobleza es porque piensan
que el hijo de un noble no tiene el mérito de aquel que, por una acción
heroica, se convirtió en noble. Por lo tanto, no tiene el derecho de heredar el
premio que su padre mereció por aquella acción. De hecho, un hombre que haya
practicado un acto de valentía, lega algo de ese acto, algo de ese mérito a sus
hijos, siempre que éstos no sean indignos. Si un hijo es indigno, comete un
crimen, por ejemplo, se comprende que pierda la condición de noble. Pero si es
un hombre común y desciende de otro que realizó una gran acción de valor
humano, máxime si tiene además un valor sobrenatural, que redundó en un bien
para la cristiandad y para la nación, se hace acreedor de la gratitud del país.
Si un hombre dona una parte de su fortuna a alguien muy rico, al morir éste, su
hijo se convierte en titular de esa donación, porque el beneficio económico
pasa de padre a hijo. Ahora bien, si eso ocurre en el plano económico, ocurre
también en el plano moral, porque un hijo es heredero del nombre y del mérito
de su padre.
Habitualmente
tenemos una concepción del apostolado puramente individual, o sea, el
apostolado hecho por una persona con otras. Esta visión no es falsa, pero está
incompleta. Pues una clase social, como un conjunto, puede y debe hacer
apostolado con otra clase social. Una clase debe ser considerada como un todo
moral, ejerciendo un apostolado sobre la sociedad. Y ésta como un conjunto de
clases que se moralizan recíprocamente. En el cuadro el emperador Francisco José visitando un orfanato.
El apostolado
que debe ser hecho por la nobleza es, por excelencia, el apostolado de la
tradición. Pues es una clase que debe ser tradicional y debe conservar las
tradiciones de un pasado católico en una sociedad como la de hoy, que ha dejado
de ser católica. Pío XII insiste en que el apostolado de la tradición es el
mayor servicio que la nobleza puede prestar a la Iglesia y a la patria. Nada
mejor se puede hacer por la Iglesia y por la patria que conservar esa
tradición. Ese respeto a la tradición, que hace parte del espíritu católico,
constituye una misión no solamente de la nobleza sino también de las élites
tradicionales, análogas a la nobleza. Si éstas tuvieran conciencia de su papel,
deberían brillar por el pudor, por el respeto a la moralidad, por la reverencia
a todas las tradiciones del pasado. Y en vez de construirse casas
extravagantes, amuebladas y decoradas con el mal gusto característico del arte
moderno, deberían mantener la tradición del pasado tanto dentro como fuera de
sus casas, e igualmente en el modo de vestirse, de comportarse, etcétera.
Este apostolado
no es exclusivamente de los nobles. Quien no es noble también puede y debe
enseñar al noble a ser noble. Cuando vea que un noble quiere rebajarse
haciéndose el gracioso, el vulgar, no debe reírle gracia, sino todo lo
contrario, debe hacerle sentir su pesar. En cambio, cuando se encuentre con un
noble que mantiene su tradición, debe manifestarle su respeto, su afecto y su
estima. Es un apostolado de abajo hacia arriba.
La nobleza debe
mantener vivo el esplendor de los siglos pasados que aún hoy la ilumina y la
realza. Y ese papel lo debe conservar incluso en la mendicidad, para que aquel
perfume de los siglos pasados, aunque sean apenas algunas gotas, aromatice aún
al mundo contemporáneo y llegue hasta el Reino de María.