PLACER


 

PLACER – 29/12/2025

Todos los sociólogos deploran la exasperante concentración demográfica en las grandes urbes modernas y señalan como una de las razones de este hecho la atracción que las diversiones de las ciudades ejercen sobre el alma simple del hombre de campo.

Iluminación pública espléndida, zona comercial muy concurrida, escaparates resplandecientes, cines con anuncios llamativos, bares, discotecas, confiterías, restaurantes, en fin, atracciones para todos los gustos, todos los bolsillos, todos los vicios. Es el cuadro, hoy ya trivial, de las megalópolis modernas de las que Nueva York o Tokio son ejemplos típicos.

Estas atracciones son hechas para excitar y arrastrar a las personas creando una sed de placeres siempre más violentos, emociones cada vez más fuertes, vibraciones más intensas. Y es así como “descansa” un pobre hombre que trabajó duramente todo el día.

La distensión de los placeres castos y tranquilos del hogar, o de una vida razonable, temperante, tranquila, parecen a los viciados en las excitaciones de las megalópolis un tedio insoportable. Sólo la excitación y el vicio divierten. No es de extrañar que en ese ambiente sean tantos los pecados, tan terribles las psicosis.

Por el contrario, en la taberna de una popular aldea alemana, terminada la faena diaria, cinco campesinos se divierten oyendo la lectura comentada que uno de ellos hace a la luz de un candil. Hombres de mediana edad, fuertes, sanos, que encuentran un placer inteligente y lleno de espíritu, en esta cosa tan agradable y tan simple como es una lectura en un grupo de compañeros que saben analizar, comentar, sonreír. Placer sin gastos, tranquilo, tonificante, que distrae sin viciar, y prepara a las personas para nuevos esfuerzos, por medio de una sabia distensión. Nótese que no se trata de intelectuales, sino de unos simples campesinos, los cuales todavía aprecian este gran placer de otrora, hoy casi extinguido, de una buena conversación. Pero ese ambiente espiritual y recto tiene que resultar de las condiciones generales de vida. ¿Si esos hombres hubiesen pasado el día trabajando en un ambiente agitado, viajando horas en el metro, si al lado de su calma y decente cervecería hubiese un cine deslumbrante, si una radio estuviese dando noticias políticas perturbadoras, crisis económicas, describiendo el último crimen, o difundiendo música electrizante, podrían conversar y descansar como muestra este excelente lienzo de August Roeseler, que reflejó en sus cuadros aspectos típicos de la vida popular en Alemania?

Hay placeres que conducen a la psicosis, distracciones que preparan para el trabajo. ¿No hay algo muy profundo que cambiar en las condiciones generales de la existencia moderna?