JAVIER


 

JAVIER – 03/12/2025

Hoy es la fiesta de San Francisco Javier, nacido de familia noble, apóstol de las Indias y del Japón, patrono de las misiones.

En su biografía Daurignac transcribe una carta suya dirigida al rey de Portugal Juan III que poseía importantes tierras en la India, en dirección a Macao y cerca de China, donde él ordenaba a sus vasallos que hiciesen todo lo posible para promover la fe.

No obstante, Francisco Javier que ejercía allí su apostolado, verificaba que eso no ocurría y que aquellos hombres conspiraban para impedir que la fe católica se propagase. Muy probablemente serían cúpulas podridas oponiéndose a los designios del rey con una acción subrepticia, oculta, camuflada.

Entonces le escribe reprochándole que manda órdenes, pero no se encarga de castigar su desobediencia. No basta mandar, es necesario castigar a quien desobedece, porque si no las órdenes solas son una veleidad sin valor, que no podrá alegar ante Dios el día del juicio. Tiene obligación de castigar la desobediencia, máxime que cuando la recaudación de impuestos no va bien él castiga. Castiga la mala recaudación de impuestos y no castiga la conspiración contra la religión porque ama más los bienes materiales que la religión. Le pregunta qué alegará cuando Dios le llame a juicio. Acordaos que Él os puede llamar a cualquier momento, sin más posibilidad de enmienda. Una grave enfermedad, un accidente, un atentado, cualquier cosa que ponga fin a vuestra vida. El rey morirá irremisiblemente y enseguida comparecerá ante Dios. ¿Qué le dirá a Dios sobre el uso que hizo de su poder?

El desempeño del poder debe ser antes al servicio de la fe que del dinero y no hay uso efectivo del poder de quien manda y después no castiga a quien desobedece. Esos son los dos grandes principios que están subyacentes en la carta en virtud de los cuales se dirige al rey.

Nótese con qué libertad un gran santo se dirige a un gran rey, uno de los potentados de la Tierra en aquel tiempo y cómo el empleo del mandato apostólico lleva a la persona a tener una franqueza, a tener un denuedo que antiguamente tenía un bonito nombre. Al referirse a esa franqueza desagradable utilizada por los que hablaban en nombre de Dios, se decía “franqueza apostólica”.

Es la franqueza del apóstol, la franqueza de quien representa a Dios y tiene el derecho de hablar así. Por tanto, tiene el derecho de decir las cosas más desagradables y tiene el derecho de ser oído. Con eso las brasas estaban encendidas sobre la cabeza del rey y cuando muriese tendría que prestar cuentas a Dios.

Todo eso es lógico y es bello, pero todo eso está enmohecido, no por algo intrínseco a sí mismo sino porque los hombres decayeron de tal manera que no aceptan ya esos principios y no quieren oír más ese lenguaje. Incluso afirman calumniosamente que eso es falta de caridad. Ahora, esto es lo que decía una gran santo de la Iglesia católica, este era el lenguaje de los santos.

 

GRANFINISMO


 

GRANFINISMO – 02/12/2025

Lo normal en una sociedad bien ordenada, en una sociedad cristiana y orgánica, compuesta por clases diversas, armónicamente escalonadas e íntimamente entrelazadas unas en las otras, es que haya para todos abundancia de los bienes indispensables para la existencia, como el alimento, el vestido, la habitación, las medicinas corrientes y los medios de transporte comunes. Al contrario, los bienes que son meramente convenientes, no necesarios, como vinos de óptima calidad, exquisiteces, obras de arte, tejidos preciosos, medios de transporte lujosos, son mucho menos abundantes. Y, por el orden natural de las cosas, deben confluir para las clases dirigentes, más cultas, dotadas de más gusto para apreciarlos y de más capacidad para desenvolverse con ellos.

Estas consideraciones nos ponen en presencia de un trinomio: función dirigente, cultura, riqueza. Hay entre los elementos de este trinomio una afinidad natural, la cultura es el predicado propio de quien dirige, y la riqueza es a la vez instrumento de dirección y medio de destilar y quintaesenciar cultura.

Estos conceptos son banales. Sin embargo, la Revolución los niega de mil maneras. Se opone a la diferencia de clases, cultura y fortuna. Bajo su inspiración, en muchos lugares donde falta lo necesario se constituyen industrias de baratijas vistosas, objetos superfluos, baratos y de poca durabilidad, que dan al pobre, con el estómago vacío, la ilusión de ser rico. Y finalmente, gracias a las turbulencias económicas y sociales que engendra en todas partes, el trinomio del que hablamos se va descoyuntando. Las clases tradicionales, que representan el factor educación, el gusto, el alto estilo de vida, absorbidas por el placer o la inercia, se van volviendo cada vez menos cultas y menos ricas. Las profesiones intelectuales, en que la educación es el medio de vida, van teniendo una situación económica cada vez más modesta, a la que corresponde una situación social cada vez más apagada. El dinero fluye en inmensas cantidades para elementos sin tradición, sin cultura, sin instrucción y sin gusto.

Y de ahí viene una serie de ideas falsas que concurren en parte para el ambiente de confusión en que vivimos. Una de estas confusiones existe entre los conceptos de fino y granfino.

Granfino se decía de una persona, un traje, un ambiente, etcétera. Un vestido granfino necesita, en primer lugar, ser nuevo, con esa forma de esplendor que sólo las cosas nuevas tienen. Todo lo que es granfino debe, además, causar un cierto asombro, hacer a la mujer parecer hombre, a la anciana tener aspecto de joven, o al anciano parecer un cursi. Debe dar a los muebles, a la casa o al templo una impresión de máquina, de fábrica, y debe de alguna manera producir la sensación de que viola las leyes de la física.

Su aspecto tiene que ser “democrático”, nada de pompa, de solemnidad, de seriedad. Todo simple, lamido, con aires de niño en vacaciones. En compensación debe ser muy limpio. Y sobre todo caro. Cuanto más caro, mejor.

Por tanto, el granfinismo no es prerrogativa de las grandes ciudades, hasta las aldeas lo tienen. Ni es seña de identidad de una clase, hasta en las tabernas de barrio hay granfinos suburbanos. El granfinismo es un estilo, un género, una categoría, una enfermedad. Casi diríamos que forma una secta.

Los granfinos en sus respectivos niveles son todo, el resto no es nada. De ahí viene la idea de que la clase dirigente, si no tiene el monopolio del granfinismo, es como su matriz. Y que tener dinero, tener gusto, ser granfino, es una sola cosa. Pero ciertamente no lo son. El granfinismo es el triunfo de la vulgaridad y del mal gusto, teniendo a su servicio el dinero. Es fruto de un trinomio, pero que es lo opuesto del trinomio de la finura.

Para hacer algo fino, el dinero es útil, pero de ninguna manera es necesario. Al hacer algo granfino, el dinero es malgastado y sólo sirve para dar fuerza monstruosa a la vulgaridad.

Esta sala de la foto, de segunda categoría, por cierto, busca nítidamente, claramente, el granfinismo. El asiento del primer plano tiene cojines muy cómodos, que invitan al cuerpo a relajarse. Pero este respaldo y este asiento tan mullidos no se completan con reposabrazos. El completo relajamiento es incompleto. Además, el cuerpo que se relaja forzosamente pesa. Las delgadas patitas de ese mueble parecen especialmente destinadas a cargar seres diáfanos. Las personas sienten todo esto sin poderlo explicitar. Saben, además, que el asiento no se va a caer. Todo es contradicción rebuscada y astuta. Divertida. O, mejor dicho, graciosa. Nuevo a estrenar, elegante, costó lo suyo, en fin, granfino. La alfombra da la impresión de mal peinada. Es lanuda, enredada, sin ser propiamente fofa. ¿Es de buena calidad? Sí, porque no está gastada. No porque se diría que salió de la fábrica antes de los acabados finales. Mientras no tenga ninguna mancha, ni se destiña, será graciosa y granfina. Esto durará poco. Manchada, desteñida, continuará alfombrilla, felpa horrible que irá a la basura. ¿El jarrón es un jarrón o un cilindro cualquiera? ¿Qué son estas varillas? ¿Fueron recolectadas, o cogidas sueltas en cualquier jardín, rodando por el suelo? ¿Y el cojín que flota solo y desolado en el sofá del fondo? ¿No es la figura del observador sensato, como misero escombro flotando descorazonado y sin lastre en este pequeño océano de contradicciones llamativas, pedantes y ufanas de sus propias cacofonías? Caro, un poco. Pretencioso, mucho. Extravagante, totalmente. Granfino, completamente. Fino, en absoluto.

En la foto vemos una verja de hierro forjado que protege la entrada de un antiguo edificio, pavimentada con grandes tablones largos y bellos. Paredes de piedra. Todo muy barato. Cuánta afabilidad, cuánta seriedad, cuánta nobleza. Líneas distinguidas, natural dignidad de lo que es serio y correcto. ¿Es cara? En absoluto. ¿Es fina? Mucho. ¿Es granfina? Todo lo contrario.

Ciertamente, nada es más equivocado que confundir finura y granfinismo.