DIFUNTOS


 

DIFUNTOS – 02/11/2024

Observando obras de arte medievales vemos que el transporte fúnebre era realizado a mano. Los personajes caminaban con fisonomía compungida y paso ceremonioso. El aspecto de los cortejos era grave y solemne, expresando adecuadamente la terrible majestad de la muerte. Costumbres sociales de ese tipo, muestran bien que el hombre tomaba ante la muerte una actitud cristiana, ni huía de ella despavorido, ni procuraba disfrazar bajo apariencias anodinas lo que tiene de terrible. Esto es así porque el hijo de la Iglesia cree en la Redención y en la Resurrección.

Los funerales modernos son bastante diferentes. Tienden cada vez más a dar a la muerte el carácter de un accidente sin importancia y a borrar de la existencia cotidiana todos los aspectos que recuerden lo que hay en ella de trascendente. Muchos coches fúnebres modernos son muy similares a las furgonetas de reparto comercial donde la sacralidad es casi inexistente.

El cuadro de Eugéne Bach, del Museo de Bellas Artes en la localidad francesa de Quimper, representa la salida de los fieles después de Misa en 1893. Las tradicionales cofias blancas de estas bretonas contrastan con el rigor de sus oscuros vestidos. Un radiante sol matinal baña los gruesos muros de esta típica iglesia de la región, junto a las numerosas tumbas del cementerio parroquial salpicadas por cruces que se alzan implorando una oración. Llama la atención la rudeza de las lápidas en primer plano, pudiendo indicar que se trata de tumbas recientes aún sin esculpir. Es el momento de acordarse de los seres queridos que ya se fueron, dedicarles unos minutos y el afecto de unas flores.

Esta escena facilita comprender la maldad de la incineración de los muertos tan de moda en la sociedad actual, borrando todo vestigio de la muerte que nos aguarda como castigo por la desobediencia de nuestros primeros padres Adán y Eva. En cambio, las tumbas nos recuerdan constantemente a los que fallecieron y la conveniencia de rezar por las almas de los fieles difuntos, es decir, de las que suponemos no condenadas al infierno, quizás en los sufrimientos del Purgatorio antes de estar purificadas para poder entrar en el Cielo.  Rezar por ellas es una obra de caridad de primerísima necesidad. En el supuesto de que se encuentren ya en el Cielo pedirles su ayuda en nuestras necesidades espirituales y materiales. También nos recuerda donde nuestro cuerpo, al que tantos cuidados prodigamos, irá a parar inexorablemente dentro de poco y especialmente la sentencia inapelable del juicio de Dios que nos espera para nuestra eterna felicidad o perdición. Piensa en tus novísimos y no pecarás eternamente, sentencia la Escritura.