ANTICONSUMISMO
– 30/04/2025
¿Qué viene a
ser consumir? La primera idea que viene a la mente es la de comer, lo cual
realmente está incluido en el concepto de consumo. Sin embargo, consumir
significa también tener en la vida otros placeres. Abarca por lo tanto el
conjunto de aquello que apetece a las justas temperancias de la naturaleza
humana. En el ámbito del consumo de una ciudad pueden existir bienes que de
ninguna manera son necesarios para matar el hambre y que a rigor no son
indispensables para vivir, como por ejemplo algunos teatros o galerías de arte.
Consumir no es sólo comer. El concepto de consumo incluye, pues, todo aquello
que es indispensable para que el hombre pueda vivir, pero incluye también lo
conveniente y hasta lo superfluo, que hace la vida agradable. Una madre de
familia entra en una tienda y ve una figura de porcelana representando una
joven sentada sobre un baúl, juzga que sería agradable tenerla en su casa y la
compra: ella consumió. No se comerá esa porcelana, la adquirió sólo para que
todos la miren. Sin embargo, es un verdadero consumo.
Según los
anticonsumistas aquello que no es indispensable para vivir, nadie lo puede
tener. Así, nadie tiene derecho a gastar en helicópteros, en viajes, ni en
figuras de porcelana. Quien sea trabajador, aquel a quien Dios dotó con mayor
capacidad de trabajo, si da el fruto de su trabajo a los otros, procede bien.
Pero si acumula para consumir en beneficio propio o de los suyos, es un gran
egoísta. El resultado es que en una sociedad en la cual nadie tiene ventaja en
trabajar más que los otros… nadie trabaja más que los otros. Es una sociedad
organizada en beneficio de los perezosos, con perjuicio de los trabajadores
auténticos en los diversos niveles sociales. En esa sociedad, prácticamente
desaparece la abundancia. Voltaire, hombre pérfido, pero que tenía cierto
talento, lanzó una frase espirituosa: “Lo superfluo, esa cosa tan
indispensable”. Es lo contrario de lo que inculca el anticonsumismo. A fin de
que haya estímulo para trabajar, es necesario dar a quien lo hace la debida
compensación. Para aprovechar en beneficio de la sociedad a los más
productivos, es decir, a los mejores, es necesario que ganen más. Si esto no
ocurre, la sociedad se desalienta y resbala hacia un estado de pobreza crónica,
perezosa, emoliente, que tiende en último análisis a la barbarie.
Así va naciendo
una tesis que si la analizamos con atención se nota enseguida su cuño
característicamente socialista. Dado que unos tienen mucho y otros tienen poco,
es necesario que los que tienen mucho se queden sólo con lo indispensable para
vivir y den todo lo superfluo a los demás.
Según una
concepción muy difundida el mundo se divide en dos partes: las naciones ricas y
las naciones pobres. Es una dicotomía ilusoria. Frente al anticonsumismo
retrógrado, debemos propugnar un consumismo sensato, proporcionado, en que las
naciones más ricas, lejos de imponer a las más pobres condiciones de vida casi
insustentables, busquen, por el contrario, estimular la producción de esos
hermanos pobres, proporcionándoles salarios y niveles de existencia
alentadores, que les den el gusto de un consumo sustancioso y agradable, que
les estimule a trabajar más.
Hacer de la
convivencia mundial una liga en que los pueblos más capaces trabajen
inútilmente, sin ventaja propia, en beneficio de los incapaces, perezosos,
vagos… es inaceptable. La glorificación de la vagancia es propia del socialismo
y del comunismo, no de la civilización cristiana ni de la doctrina católica.
Es, sin embargo, hacia dónde conduce este anticonsumismo, ocioso, bebedor,
enemigo de la civilización, del bienestar y del buen vivir de todos los
hombres. El anticonsumismo es la glorificación del ocio y de la indigencia.